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viernes, 13 de abril de 2007

Michelle, ma belle...



Hasta hace algun tiempo no era difícil cerrar los ojos y teletransportarme a aquellos tiempos en los cuales nuestras vidas transcurrían entre canciones, escritos, conversaciones sin sentido y risotadas gratuitas y exquisitas.
Y es que Rocío siempre fué para mi alguien muy especial, como todas mis más queridas amigas, las cuales puedo contar holgadamente con una mano. Con ella compartimos infinidad de momentos a lo largo de aquellos 5 años de la secundaria, para lo cual no puede existir mejor soundtrack que The Beatles, un grupo que nos marcó a las dos y el cual siempre asociaré con una de las épocas más felices de mi vida.

Pensar en Chío es recordar aquellas persistentes interrogantes sobre el futuro, inherentes a todo adolescente que está lleno de expectativas, sueños, planes e ilusiones en los cuales uno deja volar la imaginación para imaginar que será de su destino cuando las puertas de aquel claustro estudiantil se abran para con una palmada (en algunos casos un empujón, en otros a patadas) empujarnos al mundo que nos espera ahi afuera, para devorarnos, aunque a esa edad el ímpetu juvenil nos lleve a pretender exactamente lo contrario.

Esa sensación fué variando con los años, conforme las experiencias vividas y lo aprendido a lo largo del camino van moldeando nuestro andar y calmando nuestros delirios infanto-juveniles; pero de alguna forma siempre sentía que podía volver a respirar el aire de aquellos años con tan solo desempolvar mi CD de A hard day's night, o ya fuese propiciando un encuentro con las protagonistas de dichas circunstancias pasadas.
Ni siquiera cuando me enteré de que Rocío se encontraba gestando una nueva vida dentro de si, o cuando otra de mis mejores amigas pasó al bando de las casadas pensé que las cosas habían variado de forma radical. Claro, nunca sería lo mismo de antes pensé, eso era imposible a todas luces porque ya no éramos las mismas jovencitas despreocupadas y llenas de ilusión, pero de alguna manera siempre estaríamos juntas y conservaríamos, o mejor dicho, transportaríamos la magia de esas épocas a otro nivel.

Pero cuando recibí esta y otras fotos en mi bandeja de correo, wow! ahí si sentí que el piso se movió bajo mis piés, ahi estaba: la pequeña Michelle, la heredera de tantas canciones, risotadas, recuerdos planes y sueños, el maravilloso (y sorpresivo) plan que el destino le tenía reservado a nuestra Gogododo (sobrenombre estudiantil recíproco con el que solemos llamarnos la una a la otra).
Simplemente me quedé atónita contemplando las imágenes, estudiando cada detalle de su diminuta figura, y encontrando mucho en ella que me hacían recordar a su madre. La contemplaba maravillada por lo grandioso de el milagro de la vida, pensando que nada puede ser lo suficientemente terrible como para que, comparado con tener frente a ti a una criaturita tan pequeña hecha de tu propia carne, cualquier problema, temor, incertidumbre, etc, se vuelva nada. Absolutamente nada.

Simplemente me enamoré de Michelle (no es difícil imaginar de dónde heredó su nombre), tal vez porque aunque suene recontra tirado de los cabellos, siento que en parte tiene algo de mi allí. Y es que si bien en ningún estudio científico se determina que el ADN transmite recuerdos o vivencias, y aunque no sé aún como explicarlo; simplemente la siento un poquito mía también.

Por lo pronto, me dedicaré a ser la más chocha de las tías, celebrando cada gesto, cada risita, cada sonidito, cada uno de sus primeros pasitos de acá a un tiempo, porque quiero ser partícipe de un pedacito de este maravilloso momento que a una de mis más entrañables amigas le toca vivir.
Y por supuesto, en mí siempre tendrá alguien a quien recurrir cuando ya de adolescente, quiera saber cómo eran aquellos lejanos años de juventud de su mamá y quien suscribe.

Bienvenida al mundo Michellita. Te quiero mucho, pequeña.




posted by Nowhere Girl at 20:15

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